Anoche decretaron finalmente el Estado de Alarma. Así que hoy, sábado, es oficialmente el primer día de la cuarentena de Noa. Bueno, de Noa y de todo un país. Lo cierto es que, a pesar de que son casi las diez de la mañana, Noa sigue durmiendo. La noche anterior se acostó muy tarde, cerca de las tres de la madrugada. ¿La razón? Después de colgar el teléfono a su madre, estuvo haciendo maratón de capítulos de una serie de Netflix con Andrea y Raquel. Pero, ojo, no te asustes, la maratón la hicieron a distancia, por videollamada. Cada una estaba en su respectivo salón y, de vez en cuando, alguna irrumpía con comentarios tipo » Tía, ¡Qué fuerte! ¿Has visto lo que acaba de hacer?» u otros como «¡Vaya canteo! ¡Esto no me lo esperaba!». Y así se pasaron un capítulo tras otro, hasta completar los cuatro que vieron esa noche. Vamos que, en una noche, se vieron la mitad de la tercera temporada de Elit3. Ya sabes que serie es, ¿eh?, si no la conoces, permíteme que te diga que no vives en este planeta.
Bueno, no nos despistemos. Como te decía, Noa sigue en la cama. Ahora ya está despierta. Ha cogido el móvil de la mesilla de noche y está visualizando las Historias de Instagram. Más o menos, el patrón es el mismo: gente que sube memes sobre el papel higiénico, personajes reconocidos lanzando mensajes para concienciar a la población sobre la importancia de permanecer en casa, ideas y gráficos sobre como pasar la cuarentena… En definitiva, una lluvia de ideas y contenido basado en el monotema principal: el dichoso virus que ha puesto patas arriba a todo el globo. Saturada por lo repetitivo del asunto, vuelve a dejar el móvil en la mesilla y se sienta en el filo de la cama. Estira los brazos hacia arriba, las piernas hacia delante y tras soltar un profundo bostezo, se levanta para dirigirse a la cocina. Una vez allí, tras poner la cápsula a la cafetera y colocar el pan en la tostadora, se queda pensativa. Se da cuenta de que es la primera vez que va a pasar tantos días sola. Sus compañeras de piso están en sus respectivos pueblos de origen, decidieron marcharse antes de que decretaran el Estado de Alarma. Noa, por supuesto, no estaba de acuerdo en que se marchasen, de hecho, discutió con ellas. «Bueno, no voy a martirizarme, voy a tener tiempo suficiente para reconectar conmigo misma, hacer tareas pendientes, leer mucho…» Se dice a sí misma para borrar esos pensamientos de su cabeza.
Ya sentada en la mesa del salón y tras dar el primer bocado a su tostada, suena una notificación de su teléfono. Es un mensaje de Whatsapp, se trata de una cadena que propone que toda la población salga a las diez de la noche a sus balcones para aplaudir a los sanitarios por la labor que están realizando. Al leerlo sonríe y no duda ni un segundo, cuando llegue esa hora, va a salir a aplaudir. «Se lo merecen», piensa.
El día de Noa transcurre de lo más rutinario. Termina un trabajo que tenía pendiente de Fisiología, hace una videollamada a su hermano, que vive en Londres, calienta uno de los táperes de cocido de su madre para comer, hace un poco de deporte en el salón (es lo que tiene estudiar Ciencias de la Actividad Física y el Deporte) y empieza a leer un libro que compró en el rastro el año pasado Espejo roto, de Mercè Rodoreda. Faltan unas dos horas para salir al balcón a aplaudir cuando, de repente, la voz de un chico acompañada de una guitarra empieza a oírse al otro lado de la pared.»Ya estamos con la guitarrita, ¡Ni leer puede una!», dice para sus adentros. Incapaz de concentrarse en lo que está leyendo, decide dar un par de golpes secos a la pared a la vez que, en un tono más o menos alto, dice:
-¿Es que no has tenido día para tocar la guitarrita y tiene que ser justo ahora que estoy leyendo?
La música sigue sonando y ella se pregunta que cómo puede tener tanto morro. No tiene ni idea de quién es, porque hasta hace tres meses, el piso de al lado estaba vacío. Pero la paz se terminó el día que llegó ese ser con su guitarra y Noa olvidó lo que sentía al vivir sin vecinos y sin ruido. No conoce su rostro, no tiene ni idea de que apariencia puede tener porque, por suerte,( o al menos eso piensa ella) no se ha cruzado con él todavía. Y hará todo lo posible para evitar cruzarse con él, porque, si no, va a tener que decirle unas cuantas palabras.
Faltan siete minutos para las diez. Decide salir al balcón y mirar si hay gente ya asomada. Efectivamente, ya se ven a varios vecinos en las ventanas y balcones, esperando que sean las diez en punto para lanzar ese aplauso. Decide llamar a su madre mientras llega el momento.
– Hola cariño, ¿Qué tal el día?
-Hola mamá, la verdad que he estado haciendo cosas y más o menos se me ha pasado rápido. Y vosotras, ¿Qué tal habéis pasado el día?
-Bien cariño, aquí ha sido un sábado cualquiera. Yo he aprovechado para desconectar un poco de todo el lío administrativo del restaurante. Como no hemos tenido otro remedio que cerrar…. Mañana miraré si podemos gestionar de alguna forma las entregas a domicilio a partir del lunes para no perder toda la facturación y evitar el ERTE, no quiero dejar sin trabajo y sin cobrar a Dolores y Antonio…
De repente, al otro lado del teléfono, se escucha un gran estruendo, son los aplausos de los miles de personas que están asomadas a sus ventanas.
-¡Mamá, mamá! ¿Oyes eso? ¡Hay un montón de gente aplaudiendo! ¡Madre mía mamá! ¡Esto es increíble! ¡Jamás había visto algo igual! ¡Tengo los pelos de punta!
-Cariño, cariño, no te oigo bien, llámame luego ¿Vale?
-Vale mami, te quiero.
Noa comienza a aplaudir con toda sus fuerzas, uniendo el sonido de sus palmas con el de todos los demás. Generando un estruendo de esperanza, de unión, de solidaridad con todos esos héroes con bata blanca y verde que están en la primera línea de la batalla.
Un poco emocionada y una vez terminado el multitudinario aplauso, decide volver a introducirse en las paredes de su salón. Pero, un momento ¿Quién es ese chico que tiene los ojos clavados en ella?
Reblogueó esto en LA NOTA digitaly comentado:
El amor en tiempos de cuarentena
M. C. Arenas
Capítulo 1
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