-No te guardes lo que sientes, pequeña. No cometas ese error que, tarde o temprano , todos cometemos.
-¿Por qué dices eso, abuela?
-Verás, cariño, las emociones que escondes; las palabras que no dices y las lágrimas que te guardas, terminan enquistadas. Se anclan en tu alma y, a la larga, cicatrizan y endurecen tu corazón. No permitas que nadie quiebre tu dulzura ni contamine tus sentimientos. No tengas miedo a experimentar el más amargo dolor o la más eufórica alegría. Llora cuando tengas que llorar y suelta carcajadas cuando la risa te domine. No dejes que las decepciones te vuelvan desconfiada. No consientas que otros apaguen tu esencia ni permitas que borren tu estela.
El mundo se divide en dos tipos de personas: los cuerpos celestes, que brillan con luz propia y reflejando la de los demás; y los agujeros negros, que se alimentan del resplandor de otros y absorben su energía. Elije cada día qué y quién quieres ser. Elije ser luz, pues allí donde hay luz, no hay sitio para la oscuridad. Elije emitir emociones y, recuerda, no dejes que las palabras o las lágrimas se enquisten, deja que fluyan como un manantial en época de lluvia.
-Abuela, has conseguido conmover mi corazón y curar algunas cicatrices con tus palabras. Supongo que, al final, se trata de escuchar a nuestra naturaleza interior y dejar que broten las pasiones. Qué sensación más extraña, abuela, quiero reír y llorar al mismo tiempo y, sin embargo, creo que esta sensación es lo más parecido a la felicidad que he experimentado nunca. Gracias, de verdad.